martes, 10 de mayo de 2011

Del cilicio al McDonals: apuntes sobre la conciencia capitalista chilena.


"La fundamentación de esa identidad y esos valores son la tarea que la intelectualidad de derecha llevará a cabo en la dictadura. A diferencia de la época de don Jaime Eyzaguirre, en que ni liberales ni conservadores tenían tiempo de oír su ideario, tras el golpe, mientras los militares se ocupan se extirpar el cáncer marxista, la burguesía nacional, por primera vez efectivamente unida, se reconcilia con sus ideólogos y promueve un proceso de renovación teórica que determinó la sociedad chilena hasta hoy."

Por Paulo Cifuentes.
Universidad de Buenos Aires.

Indisoluble del propósito político –escribía Jaime Guzmán en 1990- de la conquista, estuvo siempre la voluntad evangelizadora de la corona española. Se trataba de incorporar territorios para el rey. Pero ello se entendía al servicio de ganar almas para Cristo, a través de la fe católica. La Hispanidad se construyó así sobre la convicción moral en la igualdad esencial de todos los hombres. Porque dentro del respeto a las jerarquías y a sus diferencias accidentales, todos los hombres tienen la dignidad común de hijos de Dios. (...) Al fin de cuentas, todo lo presidía el sentido misional de la evangelización cristiana.[1] 

Esta visión, denominada hispanismo y que en Jaime Eyzaguirre (1908-1968) halla su principal exponente, es un elemento esencial de la concepción de mundo en la que se funda nuestro orden constitucional. Sin embargo, ningún estudio se ha atrevido a llamar a Don Jaime Eyzaguirre “el Portales” del Estado chileno, investidura que estaba reservada para Jaime, como prefieren llamarle los gremialistas, pues las circunstancias en las que Eyzaguirre desarrolló su doctrina impidieron que ésta trascendiera las paredes de su grupo de estudio, “Liga Social”, que él encabezaba; a ello se agrega el que en esos tiempos los políticos de derecha no estaban, al perecer, necesitados de ideológos. Además, como dice don Gonzalo Vial, don Jaime no gustaba de actividad política. En buena medida esta relación entre sus políticos y sus intelectuales parece ser característica en la derecha chilena en el siglo XX. Expresión de ello es lo que denuncia Sergio de Castro, en ese texto de no más de 200 páginas  bautizado por los Chicago Boys como “Ladrillo”; cuando, en 1970, los dirigentes de la campaña de Alessandri hijo no estuvieron del todo de acuerdo con  la nueva visión económica de los nuevos doctores:

En los meses de abril a junio de 1970 me correspondió presentar el programa socioeconómico antes los principales asesores del candidato don Jorge Alessandri. (...) Presentadas las discrepancias al propio candidato, éste declaró que ellas eran más bien semánticas y que era indispensable que todos siguiéramos colaborando con su campaña. Cuánto del programa fue aceptado por el señor Alessandri no lo podríamos precisar con claridad.[2] 

Pero a los pocos días del golpe De Castro cuenta que:

Grande fue pues nuestra sorpresa cuando constatamos que la Junta de Gobierno poseía nuestro documento y lo contemplaba como de posible aplicación.”  y así se produjo  “la migración, de casi todos sus autores, desde los claustros universitarios al árido y difícil, pero espiritualmente gratificante, campo del servicio público".[3] 
Este cambio de actitud hacia los intelectuales por parte de los políticos de derecha parece que responde a que ahora éstos no son civiles. Así, a pocos días del golpe, el 26 de Septiembre de 1973, los militares forman un grupo de para el estudio de una nueva constitución, la "Comisión Ortúzar", integrada, con Enrique Ortúzar a la cabeza, por Alejandro Silva Bascuñán, Alicia Romo, Juan de Dios Carmona, Jaime Guzmán, Sergio Diez, entre otros académicos e  intelectuales.

Militares son quienes propician la elaboración de una nueva concepción de la sociedad, y es esta nueva concepción la que se requiere para, como expresa el decreto ley Nº 1 de la Junta, garantizar la salvación de Chile, “el resguardo y defensa de su integridad física y moral y de su identidad histórico-cultural” así como “la supervivencia de dichas realidades y valores, que son los superiores y permanentes de la nacionalidad chilena(D.L 1). La fundamentación de esa identidad y esos valores son la tarea que la intelectualidad de derecha llevará a cabo en la dictadura. A diferencia de la época de don Jaime Eyzaguirre, en que ni liberales ni conservadores tenían tiempo de oír su ideario, tras el golpe, mientras los militares se ocupan se extirpar el cáncer marxista, la burguesía nacional, por primera vez efectivamente unida, se reconcilia con sus ideólogos y promueve un proceso de renovación teórica que determinó la sociedad chilena hasta hoy. Ciertamente el ex-ministro Sergio de Castro exagera al afirmar, en relación a su programa desechado por Alessandri, que “la fuerza de estas ideas es en gran medida la fuerza que hoy impulsa el desarrollo del país”, ya son las condiciones de represión en los 70 y 80 y la voluntad política de la Junta,  y las condiciones de postdictadura y la voluntad  política de la concertación en los 90, así como las oscilaciones del mercado internacional y la política exterior norteamericana, las que explican la consolidación de estas ideas como políticas de estado, no obstante De Castro es preciso al sostener que es en ellas donde se halla el surgimiento de los caracteres de nuestra sociedad y no en las ideas del ex ministro Alejandro Foxley ni en las de Eduardo Aninat, actual representante de las ISAPRES.

Pero trasciende el campo de la política económica la renovación teórica de la derecha tras el golpe, ya que de lo que se trata es de la defensa del “ser nacional”, la propia nacionalidad chilena, lo cual supone alguna noción de ese ser. En primer lugar, ese ser es creación de Dios, y no del Dios de los evangélicos, sino del Dios por cuyos oficios se suscitó la inmaculada concepción de la Virgen del Carmen, ese Dios guió a las conquistadores españoles en la evangelización y asistió a Ohiggins en la independencia y al ejército en las guerras contra Perú y Bolivia, en ese Dios se funda un orden natural, universal y eterno, del que sólo tenemos un limitado conocimiento, dado por la verdad revelada en las sagradas escrituras y por la finita razón humana que no puede conocer completamente la infinitud divina. Por sobre el estado, consiguientemente, que expresa la voluntad de los seres humanos asociados, se haya la voluntad divina expresada en ciertas creaciones que no se pueden decidir por las urnas como la vida, la familia patri-lineal, la propiedad, entre otras, que la sociedad debe acatar pues en esa obediencia se realiza el bien común y el libre albedrío. Sin embargo esta concepción dista de ser teorización propia de la intelectualidad chilena. “En la ley eterna de Dios es donde hay que buscar la regla y la ley de la libertad, no solamente para los individuos sino también para las sociedades humanas...el supremo fin hacia el cual debe aspirar la libertad humana es Dios”, reza la encíclica “Sobre la libertad humana” (1888) de León XIII, cuyos textos, principalmente Rerum Novarum, dibujaron el debate ideológico de la derecha y el catolicismo chilenos en el siglo XX como así también su desgajamiento en liberales, conservadores, falangistas, demócrata-cristianos; así por ejemplo, don Héctor Rodríguez de la Sotta, presidente del partido conservador, sentenciaba en 1932:

"La existencia de pobres y ricos es parte del plan providencial de Dios, y es bien poco lo que puede hacerse para modificarlo, salvo el alivio proporcionado por la caridad, que, como afirma León XIII, no puede considerarse una obligación para nadie. Vanos y perjudiciales serán los esfuerzos que se desplieguen en tal sentido, ya que se corre el riesgo de romper esta armonía natural".[4]

Este ser nacional es el amenazado por el caos desatado por el “Kerenski”, Eduardo Frei padre, y el “Lenin”, Salvador Allende, políticos que inspirados en doctrinas extranjeras han puesto en peligro la subsistencia del ser nacional. Pero en ellos no reside la causa del caos, más bien son un producto de una decadencia de la cual todos los políticos son responsables, desde Alessandri padre hasta Allende: “Por ambiciones políticas, desde hace muchas generaciones se ha fomentado en Chile, consciente o inconscientemente, la división del pueblo”, impugnación a la que Leigth añade, en la Universidad Católica, “es mi obligación traer a la memoria cómo sectores de inspiración cristiana y hasta eclesiástica también pusieron su cuota en la tarea destructora (...) Generalmente ello se llevó a cabo bajo la tolerancia o bajo débiles objeciones en sordina de quienes tenían la misión de salir eficazmente al paso de tales confusiones”.

La “decadencia” del ser nacional desde los años de Alessandri padre al 73 responde, según Jaime Guzmán, a la vulnerabilidad de la institucionalidad en tanto ésta permitió la politización de la sociedad, causa del caos político, y el estatismo, razón del caos económico. La tesis según la cual la UP es producto de una decadencia secular es compartida por De Castro y los Chicago plenamente, Allende no es el culpable directo del mal que afecta al ser nacional ya que sólo “aceleró los cambios socializantes graduales que se fueron introduciendo en Chile ininterrumpidamente desde mediados de la década de los 30”. [5]

Por consiguiente, no estamos sólo ante una retórica altisonante cuando Guzmán consigna en agosto de 1980, un mes antes del plebiscito de la Carta Fundamental: “una nueva Constitución para una nueva democracia”,[6] pues ello ha supuesto de parte de la conciencia de clase burguesa una renovación teórica en virtud de la cual ha sido posible una conquista ideológica expresada en la renovación de la propia institucionalidad y el éxito del doble objetivo que la Junta estableció el día del golpe: "restauración del ser nacional amenazado por el caos y refundación de su sistema social y político que permita “la evolución y el progreso (...) por los caminos que la dinámica de los tiempos actuales exigen a Chile(D.L 1). En lo sustancial, esa conquista ideológica consiste en la capacidad de interpretar la realidad y conducir el Estado a partir de su propia concepción de mundo, lo cual exige la propia autocrítica de esa concepción, en la cual converge desde el nacionalismo de Alberto Edwards, Francisco Encina y Jorge Prat hasta el hispanismo de Eyzaguirre, el catolicismo del Fiducia y el neoliberalismo de los Chicago. La conciencia de clase burguesa ha logrado una victoria al momento de criticarse a sí misma, esto es, al fundar una representación, un concepto de la sociedad chilena y su historia que explica y orienta el dominio de clase. De esa unidad de la conciencia no dispone la burguesía chilena ante Alessandri padre y la irrupción mesocrática así como ante el Frente Popular; el gobierno derechista de Ibáñez, estructurado al margen de las organizaciones políticas de derecha muestra que las contradicciones de composición de la burguesía chilena no han sido resueltas por su conciencia; la contradicción entre capital financiero y producción latifundista, en tanto no ha sido explicada y, por ende, todo programa de gobierno estará signado por la ausencia de esa explicación, sugiere que el 31% con el cual Alessandri hijo gana las elecciones de 1958 es más un producto del cura de Catapilco y el intervencionismo norteamericano que de burguesía chilena, lo cual parece ser confirmado por las dificultades al interior de ese gobierno como por el hecho de no llevar candidato el 64 y apoyar incondicionalmente a Frei padre, ante el peligro del triunfo de la izquierda.

No obstante en 1980 nuestra burguesía ha alcanzado cierta síntesis y en ella se explica su radicalidad ideológica manifestada en la represión y el terrorismo de Estado, en las política de shock y las privatizaciones, en la misma reforma institucional. “(...) comprometer eficazmente a nuestra futura democracia –afirma Guzmán- con los valores de la libertad, la seguridad, el progreso y la justicia, abandonando la básica neutralidad que al respecto caracterizara al régimen constitucional chileno hasta septiembre de 1973. Fue precisamente esa neutralidad la que permitió que nuestra democracia sirviera como instrumento útil a sus enemigos...Colocar ahí el acento y el bisturí ha sido la tónica que caracteriza todo el proyecto hacia una nueva Carta Fundamental. (...)”. (“La definición constitucional”, en adelante las citas de Guzmán corresponden a este texto) Guzmán desarrolla concretamente, a partir de una concepción general, un análisis tanto histórico como filosófico y en esto estriba su importancia como exponente de la conciencia de clase de la burguesía chilena. El análisis concreto del momento concreto: la neutralidad de la institucionalidad ha amenazado los principios que ella debía garantizar.

La libertad, a cuyo concepto ya nos hemos aproximado, no ha sido eficazmente asegurada por el orden constitucional neutral y ello “nos condujo a una democracia antilibertaria, por su fragilidad frente a la amenaza totalitaria o estatista”, estatismo representado, por ejemplo, por el burocratismo de los radicales, por la reforma agraria de Alessandri hijo, por la política de vivienda de Frei padre, por la nacionalización de cobre de Allende.

Por otra parte la misma institucionalidad neutral puso en peligro la seguridad nacional y el país  derivó, en el examen de Guzmán, protagonista de la “contra” de los camioneros y Patria y Libertad, en “una democracia insegura, por su insuficiencia para definirse contra el violentismo”, de modo que la nueva constitución abandona la neutralidad, por ejemplo, estableciendo  normas de seguridad nacional, en consonancia con la seguridad hemisférica que arranca en 1946 con la Escuela de la Américas, y proscribiendo los movimientos que se funden en la lucha de clases (octavo artículo de la Carta que la derecha estimó derogar en el gobierno de Aylwin).

El progreso y la justicia, por último, no han sido posibles entre 1925 y 1973 porque las propias instituciones promovían una “democracia demagógica, por su ineficacia para favorecer una conducción política, económica y social, que permitiera generar creciente progreso y efectiva justicia”. La nueva democracia debe, en consecuencia, erigirse sobre una institucionalidad no-neutral que prevenga al país del estatismo, la inseguridad y la demagogia. De lo cual no se puede concluir más que la vieja y neutral constitución del 25 no correspondía al ser nacional o que, si lo hizo, ha quedado obsoleta ante las amenazas de la guerra fría, de modo que la restauración del ser nacional, que por su naturaleza teológica, no consiste en un orden constitucional determinado, se realizará en la refundación del orden constitucionalidad. La tesis no carece de cierta extravagancia metafísica pues indica que la historia de la sociedad chilena en rigor no consiste en la historia del ser nacional y que los hechos no representan más que accidentes del desarrollo de ese ser. Un repaso por la Summa Teológica de Santo Tomás nos aclararía la cuestión, pero lo que nos ocupa ahora es destacar cómo esa concepción de la historia posibilitó que la burguesía chilena se explicara a sí misma y fundamentara su posición como clase dominante.

En efecto, es manifiesto el carácter clasista de la noción del ser nacional o chilenidad en virtud de la cual el ejército de chilenos invadiendo Lima es más esencial, más chileno, que el ejército de chilenos explotando las minas de Lota. La restauración de ese ser equivale a la refundación del orden jurídico-positivo que propició la decadencia de ese ser y es ésta la idea matriz en la cual encuentra su origen la caracterización que se hace del nuevo orden jurídico-positivo, como respuesta a la amenaza de caos a un orden  natural, es decir, anterior y superior al propio proceso histórico de la sociedad chilena. Por tanto, el nuevo orden no puede significar, postula Guzmán, el “mero 'restablecimiento' (...) el retorno al régimen institucional previo a 1973, como si lo ocurrido en Chile durante el Gobierno marxista hubiese respondido a un desafortunado azar, y no al quiebre definitivo de un sistema cuyo colapso se insinuaba gradual e inexorable desde mucho antes”.

Desde esta perspectiva, la democracia en sí misma posee la misma legitimidad que una autocracia, ya que la legitimidad de una organización política está dada en la medida en que responda a los principios y valores del orden natural, preexistente a la sociedad humana, a condición de la sujeción a ese orden natural, cuya expresión particular es el ser nacional.

En este sentido Guzmán establece: “una democracia bien concebida, y aplicada adecuada y oportunamente, es idónea para servir a dichos valores”, concluyendo que “La democracia es sólo un medio, cuya legitimidad y validez dice directa relación con su eficacia para promover las finalidades o forma de vida que se desean.” Se desprende, entonces, que en obediencia a los principios naturales y preexistentes a la sociedad, la soberanía de ésta tiene como límite la “naturaleza humana”, cuyos derechos son “anteriores y superiores” al Estado, por cuanto “no es él quien los otorga, sino que arrancan del Creador.”  En esta concepción se sustenta el terrorismo de Estado de la dictadura y las políticas de shock implementadas por los Chicago, radicalidad de éstas que De Castro expresa ya en septiembre del 73 al sostener que “(...) una aplicación parcial del modelo propuesto, puede conducir a crear graves distorsiones y a anular, incluso, los objetivos básicos que se persiguen.”.[7] Es esta concepción de clase la que subyace en el llamado “modelo neoliberal chileno” y no comprenderla significa no comprender concretamente ese modelo.

Referencias:
1 "Raíz Cristiana de Chile", artículo diario La Tercera, 14 de octubre de 1990.
2 El Ladrillo. Bases de la política económica desgobierno militar chileno. CEP, 1992, pp. 9.
3 Íbidem p.11 
4 "Discurso ante la convención", El Diario Ilustrado, 25 de septiembre de 1932, p. 5.
5 El Ladrillo..., p. 12.
6 “La definición constitucional”, Revista Realidad, año II, Nº 3, agosto 1980.
7 El Ladrillo..., p. 17. 

Fuente: artículo publicado originalmente en Portal cultural Pluma y Pincel http://www.plumaypincel.cl/

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